11/07/09

El tren para Praga partía a las 06:58, así que tuvimos que despertarnos bien pronto ese día. Salimos del albergue con la duda de a que hora comenzaba el servicio de tranvía en la ciudad, por suerte para nosotros no hubo ningún problema, y en poco más de veinte minutos, ya estábamos en la estación de “Südbahnhof”. Compramos algo de desayuno poco antes de que el tren saliera a su hora.

El trayecto pese a rondar las cinco horas se hizo corto, amenizado también por los bonitos paisajes de la zona. Llegamos en tiempo a Praga e hicimos el ritual de cada mañana y cambiamos a Koronas Checas (¿pero aquí no había euros?).

Resuelta alguna pequeña duda del mejor método para llegar al albergue, dimos con él tras hacer diferentes cambios entre la red de metro y autobús, en el transcurso te das cuenta de que los checos son gente fría y tal vez un tanto extraña. El albergue de estilo funky que habíamos elegido resultó estar mejor dotado de lo que en principio creíamos.
Bajamos al centro de la ciudad, y nos bajamos en una parada céntrica, se nos fastidió un poco el día cuando, al poco de bajar nos engañaron con el cambio de dinero y comenzó a llover (primera en todo el viaje). Sin nada en que resguardarnos, empezamos a recorrer la ciudad, subiendo primeramente hasta el “Castillo de Praga”, una magnífica arquitectura y unas preciosas vistas a la ciudad y al rio Moldava.

Al bajar cruzamos por el puente más viejo y famoso de la ciudad el “Puente Carlos” que está lleno de artistas del mundo de la caricatura (parece ritual hacerse una).


Nos dirigimos al Cementerio Judío, no pudimos entrar ya que ese día estaba cerrado. Dando una pequeña vuelta por la plaza central y disfrutando de sus edificios nos dimos cuenta que no estábamos tan lejos de nuestro albergue.

Llegamos como cada día cansados y hambrientos, disfrutamos de la cena y de un largo rato de relax. Al llegar a la habitación teníamos a cuatro ruidosas chicas de Singapur como compañeras que casi no dejaban dormir y pensar en el Berlín del día siguiente.